"Educar para la felicidad" es el título de uno de los capítulos del libro
Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Paidós, 2019.
Disponible para préstamo en el departamento de Filosofía), del psicólogo Edgar Cabanas y la socióloga Eva Illouz. Los autores denuncian en este ensayo crítico que "detrás del estudio de la felicidad y sus traducciones políticas, económicas y sociales hay una agenda política y una orientación cultural muy concreta". En este nuevo estadio del capitalismo, según los autores, se ha producido "un desmoronamiento general de la dimensión social en aras de la dimensión psicológica". Por ello, la felicidad -frente a otros valores como la justicia o la solidaridad- ha adquirido un papel tan preponderante en nuestras sociedades neoliberales actuales, pues está intrínsecamente ligada a los valores individualistas. La felicidad "se ha mostrado especialmente útil para reavivar, legitimar y reinstitucionalizar el individualismo en términos aparentemente no ideológicos gracias a su discurso científico". La nueva "ciencia de la felicidad" minimiza, cuando no ignora, el papel de las circunstancias sociales en su fórmula de la felicidad. Apoya la idea de que sólo hay deficiencias psicológicas individuales, no problemas estructurales; que no existe la sociedad sino los individuos. Gobiernos como los Emiratos Árabes crearon un
Ministerio de la Felicidad, se han desarrollado aplicaciones como
Happify y hasta existe un
Instituto Coca-Cola de la Felicidad. Promueven un nuevo tipo de individuo "resiliente" (capaz de adaptarse y convertir la adversidad en una oportunidad para crecer personalmente), "optimista", "emprendedor" y "empoderado" (en una cultura de la responsabilidad individual que debilita la de la solidaridad o el apoyo mutuo). La "autenticidad" (el repetido eslogan de "Sé tú mismo") es otro de los componentes esenciales de la persona feliz, en un constante monitoreo del "mundo interior" que, más que descubrirlo, lo que hace es prescribirlo en torno a ciertas asunciones ideológicas acerca de lo que supone debe ser un individuo feliz. Se trata, en muchas ocasiones, de descubrir (y vender) lo que tienes de diferente, de "auténtico", cultivando "la mejor versión de ti mismo" (practicando ejercicios en busca de
Tu mejor yo posible), convirtiéndonos en "hipocondríacos emocionales", en "atletas de alto rendimiento de la felicidad" en un insaciable mercado de consumo emocional.
En el campo de la educación, Cabanas e Illouz denuncian el "giro terapéutico de la educación", apoyado en políticas públicas y privadas que venden "una falsa retórica del empoderamiento", provocando en sus víctimas "un círculo vicioso de ansiedad y de dependencia psicoterapéutica", al promover expectativas y análisis poco realistas sobre ellas mismas. La felicidad se ha convertido en una mercancía que también ha llegado a las aulas, a través de programas educativos, servicios de coaching, mindfulness o terapias positivas. Las pruebas a favor de estos programas, como critican Cabanas e Illouz, son simplemente "satisfactorias", en lugar de sólidas y robustas. Por ello, señalan "la necesidad de tener evidencias sólidas antes de hacer recomendaciones sobre políticas públicas y educativas".
Esta floreciente industria de la felicidad se basa en un marco muy reduccionista (asocial y ahistórico) de las emociones. Un marco que niega la vinculación de éstas a las relaciones de poder, patrones de consumo y valores morales; que excluye de su comprensión los significados sociales y culturales (raciales, de género y de clase) que las condicionan; que establece juicios a priori sobre la funcionalidad o disfuncionalidad de las emociones (calificándolas de "positivas" o "negativas").
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