En opinión de Gordon Stobart (Tiempos de pruebas,
2010), las actuales propuestas de fomentar en la escuela la inteligencia emocional "caen en la misma trampa de cosificar formas alternativas de inteligencia" (que nunca aparecen bien
definidas): "Lo que han hecho es ampliar el concepto de inteligencia, que
lo hace más aceptable, sin cuestionar necesariamente sus
características de innata y fija". Este concepto cosificado de inteligencia se intenta hacer ahora
aceptable afirmando que todo el mundo la tiene, que no hay una única
forma, por lo que no tenemos que ser tan críticos respecto a ella.
La inteligencia emocional surgió, como la teoría de las inteligencias
múltiples (Gardner, 1983), como una visión más amplia de las anteriores
teorías hereditarias de la inteligencia, de un único factor de
inteligencia. Pero aunque
la inteligencia emocional, que hiciera famosa Daniel Goleman (1995),
parece la antítesis de los test de CI, "corre el riesgo similar -señala Stobart- de
definir quiénes somos cosificando las formas social y personal de la
inteligencia". En este sentido, aclara Stobart que "las respuestas
emocionales son profundamente situacionales y la IE corre el riesgo de
fomentar determinados valores sociales sin reflexionar sobre su carácter
situacional" (como cuando en nuestras aulas cuelgan carteles como "No
te quejes, mira el lado bueno de las cosas" o "Sé positivo", que parece
convertir cualquier protesta en un problema de competencia emocional
individual).
Usar la IE como una herramienta para mejorar el clima de
convivencia en las aulas puede servir sólo para ocultar las causas de
los conflictos y el malestar entre los estudiantes, reduciéndolos a
factores psicológicos, descontextualizados e individualizados.
Libro disponible en la biblioteca del departamento de Filosofía.
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