UN COLEGIO PÚBLICO SEVILLANO LUCE EL NOMBRE DEL PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DEPURADORA DEL MAGISTERIO, MANUEL LORA TAMAYO.
Imagen del C.P, Manuel Lora Tamayo. |
De las depuraciones profesionales del franquismo una de las más intensas e implacables fue la que sufrieron los docentes. Se trató de una purga ideológica a gran escala, que dejó marcado al magisterio.
Lora Tamayo fue nombrado el 25 de noviembre de 1936 Comisario-Director del Instituto Murillo en sustitución de José Sánchez Romero, destituido del cargo y suspendido de empleo y sueldo, al inicio del proceso depurador. La presidencia de las Comisiones Depuradoras del magisterio debía recaer en el Director de los institutos de segunda enseñanza de la capital de provincia. En esta presidencia sustituyó a Joaquín Sánchez Pérez y fue el que la ejerció durante más tiempo, en un periodo de gran dureza represiva: maestros y profesores depurados, colegios e institutos clausurados. Un paso atrás gigantesco para la enseñanza del país. Tras Lora Tamayo ejerció la presidencia de la Comisión Depuradora sevillana José Hernández Díaz. Su posición de privilegio, en el sistema educativo franquista, permitió a Manuel Lora Tamayo quedar exento de la depuración, mientras sus compañeros de profesión fueron obligados a pasar por semejante calvario.
Todos los enseñantes debían de pasar por un expediente de depuración para mantener su puesto. Algo más de un 13% de los maestros sevillanos sufrieron sanciones, algunos con la expulsión del cuerpo, pero también las menos grave de estas dejaba señalado al maestro. Se sancionó por motivos políticos, ideológicos, de orientación pedagógica, por la conducta moral y por las creencias religiosas o hacia la religión. El proceso carecía de garantías: las Comisiones y sus miembros podrían proponer sanción “siempre que en conciencia crean acreedor a ella al encartado, aún en los casos en que por circunstancias especiales no haya en el expediente prueba bastante por escrito” (Circular de 28 de enero de 1937).
Desde el inicio del golpe militar los docentes de izquierdas y republicanos sufrieron la represión física llevada a cabo por los golpistas. Un mínimo de 30 maestros y maestras sevillanos fueron asesinados. Los presidentes de las Comisiones Depuradoras en absoluto desconocían esta represión. Basta citar el dramático caso del maestro de Pruna Francisco Ruiz López, fusilado en esta localidad, en septiembre de 1936, por aplicación del Bando de Guerra, nada más regresar de su localidad de origen. Es probable, según fuentes orales, que algunos de sus alumnos presenciasen su muerte.
Pues bien, Manuel Lora Tamayo, como presidente de la Comisión Depuradora del Magisterio elevó a la superioridad que visto el expediente y “resultando de la información que falleció en los primeros días del Glorioso Alzamiento, se eleva a V. E. a los efectos que estime oportunos” (1939). La decisión fue que continuase tramitándose el expediente de depuración, proponiendo la Comisión Depuradora sevillana (19 de mayo de 1940) la sanción de separación definitiva del servicio de Francisco Ruiz López.
En 1941, Lora Tamayo ya formaba parte del Consejo Nacional de Educación y en febrero de 1942 fue nombrado Vicerrector de la Universidad de Sevilla. Ese mismo año es trasladado a la Universidad de Madrid, donde también ocupó el cargo de Vicerrector (1944), en lugar otra vez de un profesor cesado, Julio Palacios, que lo había sido por haber firmado un manifiesto en favor de Juan de Borbón.
Estos son los hechos. Corresponde a los ciudadanos y sus representantes valorar si, en el contexto de una escuela democrática, un colegio público de Sevilla debería mantener el nombre de uno de los principales protagonistas del inicuo proceso de depuración y represión de los maestros y maestras sevillanos.
José Montaño Ortega.
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