Entre las interesantes reflexiones que recoge el libro La hija de la guerra y la madre de la patria (Barcelona, Destino, 2002), quisiéramos destacar una conferencia que su autor, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio, dio en un Instituto de
Coria. En ella, recuerda que precisamente la
enseñanza es, en grado máximo, uno de esos ámbitos de vida pública que
el neoliberalismo dominante ve con tanta prevención (con la excusa de
tratar de liberar a los individuos del carácter "dirigista" del Estado).
Por ello, estos neoliberales confunden la "libertad de enseñanza" con
el derecho de los padres a elegir el colegio que les parezca conveniente
para sus hijos (desde sus supuestos derechos como contribuyentes y
consumidores).
También critica Sánchez Ferlosio la "aspiración a la excelencia" en cuyo espejo se complace el individualismo liberal (algo que une a otras virtudes como "el afán de superación" o el viejo y cristiano "espíritu de sacrificio" o, en términos más modernos, "cultura del esfuerzo"). Por el contrario, frente a este espíritu competitivo, y respecto a las notas, Sánchez Ferlosio defiende que las calificaciones deberían dejar de ser evaluativas y reducirse a "aprobado" y "suspenso", evitando que la especificidad de cada conocimiento se difumine en la función instrumental de comparar personas: "Humano no es medirse con los otros hombres, sino ocuparse de las cosas".
Otro aspecto polémico es el del papel de las familias, "clientes" y "consumidoras" de ese servicio crecientemente privatizado que es la educación. La tutela familiar, como señala Sánchez Ferlosio, no debería extenderse sobre los niños en el ámbito público de la enseñanza, actuando "a la manera de una rémora que le impide (al niño) hacerse verdadero protagonista autorresponsable de su propio interés por los contenidos de las cosas que podían aprender". Se puede así producir un feroz "contubernio entre profesores y familias sobre las cabezas de los niños". Como también ha señalado Fernando Savater, la escuela en ocasiones también nos libera de nuestras familias. Desde la Administración educativa se insiste en la participación e implicación de las familias en la educación, se crean incluso escuelas de padres, padres-tutores de aula... Pero no existe ningún interés en la participación del alumnado. Se abre la escuela a la empresa, pero se cierra a otras organizaciones sociales como las asociaciones vecinales o los sindicatos.
También denuncia Sánchez Ferlosio la "educación personalizada" que tanto publicita la escuela de pago y que tienden a imitar los actuales "gestores" de la escuela pública. Pero los fines de la enseñanza, de los conocimientos que trata transmitir, residen en una radical y absoluta impersonalidad, su índole indistintamente válida para todo el común de los mortales. Unos conocimientos que, en el proceso de burocratización al que los somete la ortopedia administrativa, su homologación, reglamentación y unificación, acaban sufriendo grandes destrozos.
También critica Sánchez Ferlosio la "aspiración a la excelencia" en cuyo espejo se complace el individualismo liberal (algo que une a otras virtudes como "el afán de superación" o el viejo y cristiano "espíritu de sacrificio" o, en términos más modernos, "cultura del esfuerzo"). Por el contrario, frente a este espíritu competitivo, y respecto a las notas, Sánchez Ferlosio defiende que las calificaciones deberían dejar de ser evaluativas y reducirse a "aprobado" y "suspenso", evitando que la especificidad de cada conocimiento se difumine en la función instrumental de comparar personas: "Humano no es medirse con los otros hombres, sino ocuparse de las cosas".
Otro aspecto polémico es el del papel de las familias, "clientes" y "consumidoras" de ese servicio crecientemente privatizado que es la educación. La tutela familiar, como señala Sánchez Ferlosio, no debería extenderse sobre los niños en el ámbito público de la enseñanza, actuando "a la manera de una rémora que le impide (al niño) hacerse verdadero protagonista autorresponsable de su propio interés por los contenidos de las cosas que podían aprender". Se puede así producir un feroz "contubernio entre profesores y familias sobre las cabezas de los niños". Como también ha señalado Fernando Savater, la escuela en ocasiones también nos libera de nuestras familias. Desde la Administración educativa se insiste en la participación e implicación de las familias en la educación, se crean incluso escuelas de padres, padres-tutores de aula... Pero no existe ningún interés en la participación del alumnado. Se abre la escuela a la empresa, pero se cierra a otras organizaciones sociales como las asociaciones vecinales o los sindicatos.
También denuncia Sánchez Ferlosio la "educación personalizada" que tanto publicita la escuela de pago y que tienden a imitar los actuales "gestores" de la escuela pública. Pero los fines de la enseñanza, de los conocimientos que trata transmitir, residen en una radical y absoluta impersonalidad, su índole indistintamente válida para todo el común de los mortales. Unos conocimientos que, en el proceso de burocratización al que los somete la ortopedia administrativa, su homologación, reglamentación y unificación, acaban sufriendo grandes destrozos.
Por último, Sánchez Ferlosio trata de "esa degenerada infraespecie del género Libro conocida como libro de texto" frente al que defiende el uso de monografías como procedimiento de iniciación. Frente al compendio ya digerido de los contenidos de la asignatura, Sánchez Ferlosio defiende "un conocimiento empírico, accesible a los sentidos y a la imaginación, enteramente envuelto en las circunstancias contingentes de su propio acceso y el avanzar de las averiguaciones, impregnado en la concreción de los más menudos datos de su tiempo, su espacio, sus gentes, sus lugares...".
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